Perdí lo que más amaba
Azucena recuerda claramente cuando lo tenía en su vientre, sus
pataditas, las sensaciones que solía tener cuando algo le molestaba, esas cosas
prohibidas que le hacía comer porque él quería o algo dulce o algo salado.
No sabía cómo lo llamaría pero era definitivamente su bebé y lo
amaba…
….
Una día hermoso naciste, nosotros a tu lado mirando tu hermosura y
delicadeza, siempre fuiste un niño tranquilo, nos sonreías todo el tiempo. El
mirarte nos hacía entender lo bendecidos que éramos. Era feliz al tenerte, era
feliz al verte.
Desde el vientre te cantaba una canción que inventé, no sé de
donde salía aquella canción pero fue nuestra, porque cuando te la cantaba
entonces te movías, así sabía que te gustaba y que lo disfrutabas. Cuando
naciste lo escuchaste y con tus ojos negros grandes y bellos quedaste mirándome
como si supieras que ya te lo había cantado antes. Cuando cumpliste 6 años te
sentaste en mis piernas, y entonces mientras estábamos jugando te canté la
misma canción, me miraste de la misma forma que cuando eras un bebe, reíste y
empezaste a moverte como aquella vez cuando aún estabas en mi barriga.
Siempre fuiste un niño bendecido, alegre, juguetón, estudioso,
amoroso, solías llamarme tu Reyna, solía llamarte mi rey. Todos te querían,
todos querían estar junto a ti. Siempre supe que eras especial, siempre fuiste
la luz en nuestro hogar.
Siempre fuimos nosotros, sólo nosotros, era la mamá más feliz del
mundo, siempre sentí orgullo de tenerte como mi hijo, para mí siempre fuiste
perfecto.
Mientras más crecías más te amaba. Esas conversaciones de viejos
que solíamos tener cuando aún eras un niño me hacían ver el gran hijo que
tenía.
Pero entonces pasó, una tarde tosías y decías sentir mucho dolor, fuimos
al médico, y este no nos escuchó, dijo que no era nada lo que tenías. Los días
pasaban y tu dolor no terminaba, llorabas al no poder soportar más. Me pedías
que te ayude, mientras que yo me volvía loca, en ese y en otros momentos quise
ser yo la que estaba en tu lugar.
Volvimos donde el médico, le exigí que te sacaran pruebas de
sangre, de todo; todo parecía verse normal, no entendía que pasaba. Mi pobre
niño sufría y yo sin poder hacer nada más que abrazarte y decirte repetidamente
"te amo". Todo estará bien hijo mío, fue lo que te dije, me miraste y
pediste que me calme. Tú siempre pensando en mí, en que esté bien, tú siempre
tomando las cosas tan tranquilamente. ¿Cómo lo hacías mi amor?
Fuimos a casa, traté de que otro médico te viera pero sólo nos
decía que si el médico primero había dicho que no había nada de qué
preocuparse, entonces teníamos que confiar. Lo hice pero podía verte sufrir,
así que te lleve de emergencia, vomitando, sintiéndote peor cada vez.
Te quedaste internado, te sacaron mil pruebas de sangre, me decías
para que todo eso, que ellos no sabían nada, que te sacara de ahí, que ellos no
te ayudarían, pero no te escuché. Mi dolor al verte sufrir me cegó, pensando que
ellos te ayudarían.
Nadie podía decirnos que tenías, nadie hacía nada más que sacarte
sangre todo el tiempo. Hasta que te infectaste por todo lo que había en el
hospital, entonces bajo mi responsabilidad te cambie de hospital, ya ahí no
pude más, mi corazón se destrozaba porque te perdía. Los médicos dijeron que
estabas infectado. Que no podían ayudarte, que era demasiado tarde. No me resignaba,
tú aún consiente, me mirabas con amor, y hasta con consuelo. Sujetaba tus
manitos, te abrazaba, trataba de que no me vieras sufrir, pero tú sabías que
sufría, dijiste con voz tenue, mamita estoy cansado, te amo; entonces recordé
que siempre me decías te amo hasta el más allá y lloré como una niña junto a
ti. Tus ojitos cerrados, pero aún con vida, tu respiración rápida, y tu dolor
reflejado en tu carita. Yo no quería perder la esperanza hasta que entonces
comprendí que no me pertenecías, que eras de Dios.
Cerré los ojos y le pedí a él que te quitara ese dolor, y que sea
él quien haga su voluntad.
Han pasado ya más de 5 años y aún me abrazas al dormir.
Al principio me costó vivir, me costó mover tus cosas, tu ropa,
tus juguetes, todo estaba exactamente como lo dejaste, te hablaba y entonces
escuchaba tu voz, jugábamos como siempre lo hicimos, hasta que decidí amarte
más por haber sido quien fuiste y por lo que aún eres para mí. Trajiste
felicidad a mi vida hijito, y por ello decidí no apagar más con mis lágrimas
esa vela con la que caminas en el cielo.
El dolor que siento jamás se irá, perdí lo que más amaba, aunque
en realidad jamás te perdí, porque jamás me perteneciste, le pertenecías a
Dios, por eso ahora cuando te pienso, sonrío, porque sé, que en el lugar que
ahora estás, eres feliz, no sientes dolor, y estas con nuestro Dios.
FIN
Autora: Liza Sánchez
Género: Narrativo
Basada en una historia real
No hay comentarios:
Publicar un comentario